La amapola (Papaver rhoeas) es una planta de la familia de las papaveráceas y congénere de la adormidera (de la que se extrae el opio). Sus pétalos y cápsulas se han utilizado tradicionalmente para hacer jarabes, maceraciones e infusiones contra la tos y para facilitar el sueño, según recoge Pío Font Quer en su libro “Plantas Medicinales”. El último efecto viene motivado por la presencia de un alcaloide en la planta, la rhoeadina.

Estamos ante una de las malas hierbas más conocida por todo el mundo, incluso por los no aficionados a la botánica. Una planta muy simbólica y presente habitualmente en expresiones artísticas como la música y la literatura En la cultura persa es considerada la flor del amor y en los países anglosajones se celebra el “Poppy day” como homenaje a los caídos en la guerra.

Además, es una planta que forma paisaje en primavera, tiñendo nuestros campos de ese tan peculiar color rojo. Es una pena que con la actual agricultura intensiva y el uso masivo de herbicidas, fertilizantes y plaguicidas, nuestros campos no tengan el mismo aspecto que hace unos pocos decenios. Fijaos en lo difícil que es encontrar ya amapolas entre los cultivos de cereales. Y lo malo es que esta agricultura tan agresiva no sólo nos está privando de estos espectáculos visuales, sino que está generando una enorme pérdida de biodiversidad y la contaminación de los acuíferos. El seguimiento de aves ligadas a los sistemas agrarios extensivos realizado por la Sociedad Española de Ornitología en los últimos 15 años, revela un descenso de un 20 % de sus poblaciones, algo sinceramente muy alarmante.